
Mi anterior estancia en Lisboa, había sido sobre el año 2014. Varias veces estuve en la capital portuguesa, la primera, el mismo año de la revolución de los claveles, llamada así porque en el golpe de estado militar contra el gobierno dictatorial, los soldados portaban en el ánima de sus fusiles claveles rojos.
El día 25 de abril del año 1974, despuntando el día, en los receptores de radio sonó la voz del cantautor José Alfonso. Su canción Grândola Vila Morena, era la señal entre los militares progresistas que la revolución daba comienzo. Sí, hubo momentos de indecisión, duda y nerviosismo hasta el momento que la canción fue emitida por los receptores:
“Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
…”
Portugal se convirtió en una fiesta, toda Europa dirigió su mirada hacía este pequeño y atrasado país. España no daba crédito, corrijo, el gobierno y los políticos españoles no daban crédito. Los españoles, al menos los preocupados por cuestiones sociales, seguían los acontecimientos con inusitada expectación. Durante ese año los locales con mítines, conferencias, charlas, se llenaban de gentes. Surgían periódicos con tendencias ideológicas antes prohibidas y brutalmente perseguidas. En las plazas de las ciudades al atardecer se formaban grupos numerosos de ciudadanos que discutían y hablaban sobre el pasado, el presente y el futuro de Portugal.

Portugal era una fiesta. Ese mismo año 1974, entré en Lisboa por primera vez, ¡Dios Santo! Que impresión me produjo la Plaça do Rossio, llena de estudiantes y obreros discutiendo, autenticidad, alegría y ansias de un futuro mejor y desconocido. El servicio de inteligencia gubernamental, Portugués y Español, por supuesto, pero que importaba la vigilancia, estaban en plena euforia y yo me contagié, la verdad no necesitaba mucho para compartirla. Durante diez días permanecí en Lisboa, hice conocidos por mi cuenta y algunos otros a través de un contacto que tenía. Por él conocí a un viejo anarquista, José Britos, personaje entrañable. Le llamaban el español porque estuvo 20 años exiliado, varios de ellos en España. Recuerdo que vivía por el Barrio Alto, que en aquella época era un barrio deprimido económicamente, una zona no demasiado recomendable para visitar por quien allí no viviese.
José Britos tenía una extensa cultura y una espléndida biblioteca formada por libros escritos en varios idiomas, lo cual me sorprendió. A mi pregunta respondió paternalmente, -El verdadero anarquista, como mínimo, además del esperanto, debe dominar tres idiomas-. El leía, escribía y mantenía relación epistolar en seis, y estaba estudiando el séptimo. Sospecho que tenía una habilidad innata para los idiomas. Recuerdo su recomendación -Joven, las verdaderas armas del auténtico anarquista son, la cultura, la mente despierta y la voluntad, lo demás son estupideces que por desgracia es lo que domina el mundo.
De la revolución del 25 de abril de 1974 en Portugal, debe destacarse el militar Otelo Saraiva de Carvalho, un hombre con visión de futuro. Después del derrocamiento del gobierno, la política se liberalizó y ocuparon puestos dirigentes, advenedizos, oportunistas, listos de todos los colores y sobre todo hombres de paja de banqueros, oligarcas nacionales, asesorados por los políticos y la banca internacional.
Otelo Saraiva de Carvalho, era un revolucionario convencido, un romántico que creía en el hombre, que deseaba para su pueblo algo más que una liberalización de las leyes. Buscaba una revolución que, además de lograr el sustento económico y liberalidades políticas, pudiese haber con el tiempo felicidad en los corazones. Su actitud se radicalizó al comprobar que la política gubernamental no se dirigía hacía estos fines. Fue denostado, acusado y finalmente encarcelado; Saraiva de Carvalho ha sido el último revolucionario romántico y generosamente humano de la Europa del siglo XX.
Me alojaba en un buen hotel, muy cerca de la Plaça do Rossio. Al conocer donde me alojaba, unos me tomaron por un joven viajero rico, a la usanza de finales del siglo XIX y otros por el hijo de un rico español. La verdad es que en aquel momento de mi vida podía permitirme esas liberalidades económicas. Dejando atrás añoranzas y nostalgias de mi primera visita a Lisboa, y de las otras ocho o diez que he estado, escribiré sobre la última y como coloquialmente se dice, «hablaré al caso».
Camino a Lisboa
Partí de viaje desde Santiago de Compostela, un domingo entre las ocho y las nueve de la mañana. El domingo es el día que considero más tonto de la semana, los comercios se encuentran cerrados, la vida de una ciudad se paraliza, excepto los que van a lavar matinalmente sus conciencias en iglesias y los compradores de periódicos. Las mañanas dominicales son tontorronas, ¡ah! olvidaba añadir a los del aperitivo y el terraceo de las doce. Las tardes otro tanto de lo mismo, sólo que los rostros muestran mayor desánimo y una cierta dejadez y lasitud corporal. Por estas consideraciones suelo emprender viajes los domingos. En fin, que programo el viaje para que me coincida con la hora de comer en Portugal, aunque es una hora menos que la española, como la de Canarias, y además comen bastante más temprano que nosotros.
Había pensado comer en Mealhada-Bairrada, 20 km antes de Coímbra, en alguno de los numerosos restaurantes que ofrecen el leitão, tengo predilección por uno de ellos. Siempre que he ido a Coímbra suelo comer en «A nova casa dos Leitãos», pero es una predilección personal, cualquier otro sería igualmente elegible. La comida para dos personas con el entremés, ensalada, patatas, agua y leitão son sobre 50 euros. No es muy económico, pero no todos los días se come lechón. Debo advertir para quienes no frecuentan los restaurantes portugueses, que tienen por costumbre tan pronto estás en la mesa, servirte unos entremeses consistentes en buñuelos de bacalao, tarrina de queso, mantequilla salada, y aceitunas. Esto que podría tomarse como algo que te ofrecen gratuitamente está muy alejado de la realidad, lo cobran al final y suele estar sobre los 8 euros. Sabido esto, que cada cual decida lo que considere más conveniente. Por mi parte ese día los comí, pero generalmente digo que los retiren, porque una vez puestos delante, se comen y el precio y el entremés no tienen relación proporcional.
Una vez comido, me dirigí a Coímbra, un café y un pequeño paseo para dejarse penetrar por la atmósfera del país vecino y continuamos viaje a Lisboa.
Hace años tenía un buen poder de observación y una memoria localizadora de perro mastín. Memorizaba durante años la entrada a una ciudad así como la salida. Ahora, y no por la edad, sino por culpa de los navegadores y teléfonos fantásticos que hacen todo por ti, he perdido esa capacidad, hasta el límite de sentirme inútil y desprotegido sin ellos. Llegué al hotel al atardecer sin equivocación bajo la dirección del navegador. Menos mal que no me llevó a las puertas del cementerio, diciendo ¡ha llegado usted a su destino!. Había concertado la oferta de un hotel céntrico por un precio módico, por ser temporada baja, y con aparcamiento pero sin desayuno incluido. El Hotel Botánico, cerca del Jardín Botánico, nada especial que mencionar, pero que cumplió todas las expectativas, por tanto, perfecto.
Lisboa
La Plaça do Rossio nos quedaba a poco más de cinco minutos del hotel. Allí nos dirigimos para un primer contacto, paseo por la plaza ya anochecida, recreándonos en las entradas de cafés y escaparates de tiendas y como no, también por la fuente central de la plaza. Al lado se encuentra la Plaza Figueira, allí nos dirigimos dejándonos impregnar por la cosmopolita ciudad. En esta plaza se pueden coger autobuses y tranvías urbanos que se dirigen a Belem, que queda a 15 minutos en tiempo con paradas cada poco. Se puede quitar un bono que se compra en el quiosco por 6 euros y se puede viajar todo un día las veces que se quiera en autobús y tranvía. La verdad es que compensa, lo mejor es informarse en la recepción del hotel, allí os asesorarán satisfactoriamente.
Volvimos al Rossio y de allí, por una de las calles plagadas de restaurantes con terrazas regidas sobre todo por hindúes y brasileiros, con los camareros al asalto mostrando las cartas de comida nos dirigimos a la Praça do Comércio, más conocida por Terreiro do Paço. La Praça do Comércio tiene un bello e imponente aspecto nocturno por su iluminación. Esta plaza bonita de día ya que se abre al mar, es hermosa y romántica por la noche.

En esta plaza, teniendo el mar de frente en la arcada izquierda, se encuentra un café restaurante que Fernando Pessoa frecuentaba y donde escribía sus poemas y el Libro del Desasosiego, además de algunas cartas de amor a su jovencísima namorada. Si alguien pretende buscar literatura en estas cartas se llevará un gran chasco, son tontas, tontísimas, de adolescentes y por ello encantadoras. Él mismo escribía en una de ellas “Las cartas de amor son estúpidas, sino no serían cartas de amor”. El poeta tenía cuarenta años y su novia dieciocho. En este restaurante conservan la mesa con algunas de las cosas que él utilizó y en el mismo rincón. Ese y otro café que mencionaré más adelante eran por él los más frecuentados, cuando abandonaba su trabajo de contable en la oficina cerca del barrio alto.
Nos recreamos por las calles entre la Plaça do Comércio y El Rossio, comiendo algún pastelillo y buñuelo de bacalao con queso da Serra da Estrela, cuatro euros. La verdad es que están muy buenos y un día es un día, además están de moda, al igual que el tractor amarillo.
Cenamos, que en Portugal se dice jantar, en uno de los muchos restaurantes turísticos para confundirnos con ingleses, franceses y chinos, formando entre todos la compacta masa de guiris. Jantamos sin pena ni gloria, finalmente una consumición en la bonita cafetería con la magnifica fachada de la estación del ferrocarril, que queda al lado del Rossio, y nos dirigimos al hotel con la intención de finalizar la jornada.
Levantarse a una hora prudente es lo mejor, si se tiene intención de visitar lugares. Cuando se visita una ciudad por pocos días, uno debe dirigirse a los lugares turísticos principales y de ahí corretear en zigzag como los perros de caza. Viajar así es solamente para aquellos que tienen capacidad de sorprenderse.
Previo desayuno, que aquí se llama pequeno almoço, realizamos el recorrido del día anterior, pero de día. Además recorrimos, tanto ese día como en los sucesivos, profusamente el Chiado y el Barrio Alto, desde las diez de la mañana a las doce de la noche, excepto los cafés y las horas de comida, no parábamos un solo momento. Obligado es tomar un café en A Brasileira. En la terraza hay una estatua de Pessoa, es bonito, conservado como era antiguamente; tiene un parecido con el Majestic y la Brasileira de Porto.

Para oír fados abundan los locales en el Barrio Alto. Personalmente acostumbro a ir a un local que es menos turístico que los demás. Hace treinta años en uno de los viajes en solitario, entablé relación con pintores y poetas, gente bohemia de Lisboa y acabamos en este lugar. Todavía hoy, aunque reformado, conserva el aire y el espíritu de lo que era, se llama Adega do Ribatejo, se encuentra en la Rúa do Xornal das Noticias. En aquella época el ambiente era totalmente popular, cantaban los fadistas, pero también la cocinera, los camareros y algún otro del barrio que se apuntaba.
En la actualidad todavía se suma la cocinera que en la época de la que hablo era una jovencita. Si no se desea cenar se puede ir y consumir alguna bebida. Es importante para escuchar el fado, permitidme esta digresión, entender su letra. La letra del fado es eminentemente popular, cada fado habla de lo cotidiano, la problemática diaria, del trabajo, de la enfermedad, de la salud, de la economía, de las preocupaciones, del dinero, de la alegría, de la tristeza y sobre todo del amor, todo esto con sentimiento y con unas figuras poéticas que muchas veces tengo que tragar saliva e impedir que las lágrimas se deslicen por mis mejillas. No entender la letra del fado, es no escuchar el fado. Se oye cantar pero no se entiende; por ejemplo “las penas son negras, pero también son negras las golondrinas, y ellas traen la primavera”.
Los demás días, paseos descubriendo plazas, visita a la catedral románica y gótica, al Castelo de São Jorge, al Museo de la Revolución, muy cerca de la catedral, en el mismo sitio donde se interrogó y se torturo a presos políticos. Un preso político es todo aquel acusado por el gobierno de infringir leyes que pongan en entredicho las instituciones. Visita en el tranvía y el recorrido en autobús hasta Belem. En Belem es interesante ver el monasterio de los Jerónimos y si gusta la arqueología está mismo al lado el Museo Arqueológico nacional; en él no se pierde el tiempo. También está el museo de la marina, de éste último no puedo hablar, nunca he sentido la curiosidad de entrar.
A poca distancia se encuentra el museo de Arte Popular y dando un pequeño paseo la Torre de Belém que es la que sale en todas las fotografías turísticas. En Belém es famoso y recomendable probar y comer el pastel de Belém, que es una cazoleta de hojaldre rellena de una especie de leche frita quemada, a lo que se le puede espolvorear un poco de polvo de canela y azúcar. Están ricos, de verdad de la buena.
Cuando se viaja en transportes públicos o donde haya aglomeraciones de gentes, debe tenerse precaución con bolsas y mochilas, y también aquellos que tienen la mala costumbre de llevar su cartera en el bolsillo posterior del pantalón. En todas las ciudades abundan carteristas y ladronzuelos de poca monta, pero abundan todavía más en las ciudades y las zonas de esas ciudades frecuentado por el turista. Es aconsejable llevar la mochila en estos sitios, delante y no a la espalda.
Si la pasión amorosa no atiende razones, la necesidad económica tampoco se atiene a leyes.
La Lisboa turística es bonita de día y de noche. Descubrir por uno mismo las plazas y lugares es lo hermoso; es donde reside la aventura y donde está la capacidad de sorprendernos. Un ejemplo: sobre el elevador de Santa Justa a la salida, que bien se llega por el ascensor de la curiosa torre de hierro o caminado por su parte alta, hay un restaurante en el que se pueden consumir bebidas; en mi caso fue una estupenda sangría. La vista es solemne, espectacular tanto de día como de noche, sugiero hacerlo de las dos maneras. A un lado a pocos metros casi tocándolo con las manos, las ruinas creo recordar que de la iglesia convento del Carmen con bonita plaza, el resto de visión las calles de Lisboa y al frente el Castelo de São Jorge y la Catedral.
Las zonas turísticas son más caras que otros lugares, eso es sabido y por tanto nadie debe enojarse por lo ya sabido. Pongo un ejemplo, dos cafés en uno de los bares de Belém fueron tres veces más baratos que en el café la Brasileira, pero el interior de los locales no son iguales y a la vida hay que echarle un poco de cuento, aunque este cuento nos cueste un par de euros más. Puedo sugerir dos lugares para comer agradables, donde se come por un precio proporcional a la calidad, ambos se encuentran en la Rúa das Gáveas. Uno es el Restaurante Castro, es pequeño, limpio, se come bien y son agradables en el servicio. En frente haciendo esquina está el Restaurante Señal Vermella, es más amplio con una decoración moderna imitando los antiguos restaurantes; el azulejo de sus paredes le da un agradable encanto. Los platos del día están muy bien, muy sabrosos y a un precio asequible. Recomiendo cuando traigan los entrantes ordenar que los retiren, si se dejan en la mesa se comen y se paga a mi modo de ver más de lo que valen, esto es en todo Portugal.
Toda ciudad tiene su vida ciudadana propia que se encuentra oculta a los ojos del turista. Es la vida interna de la ciudad que a menudo discurre por otros cauces y ajena a los ojos del comportamiento foráneo, que solamente busca unos días de huida, como diría un ingles, “de su jodida vida cotidiana”. No obstante en cada visita se van ampliando los círculos y las expectativas, teniendo en cuenta que a mayor tiempo de estancia mayor conocimiento del lugar y de sus gentes.
Los últimos dos días pasaron en compañía de antiguos conocidos, indígenas de allí, utilizando la simpática terminología de uno de ellos, porque hay indígenas de aquí e indígenas de fuera. Estos días transcurrieron en la Lisboa interna, la del día a día, la cotidiana, la que está llena de vida sin parecerlo, la que no es turística y que para esta pequeña narración no tiene importancia alguna.
Tomar

De la capital salimos antes de media mañana hacia Tomar. Teníamos la intención de visitar una vez más el Convento de Cristo, llamado así cuando la orden de los templarios fue disuelta y el castillo con sus construcciones fueron transferidas a la Orden de Cristo. Las posesiones templarias españolas fueron en parte repartidas entre otras a la Orden de San Juan y la Orden de Calatrava. La visita a este castillo convento, debo reconocer que es la de mayor preferencia, cada vez que lo visito encuentro nuevos motivos para volver.
Toda la construcción es impresionante, desde las murallas hasta las sucesivas estancias con gótico de diferentes siglos y por tanto con diferentes estilos. Todos son hermosos, a pesar de lo descarnado en ornamentos, decoración y mobiliario, con un poco de imaginación se puede uno situar y vivir la historia.
Tomar es un lugar de leyenda, el lugar para rodar películas de capa y espada, o para desarrollar argumentos de misterios románticos. Recomiendo la visita con mucha calma y sin prisa alguna, pues hay un espléndido gótico renacentista y la Charola románica de la orden templaria, es imitación del templo de Jerusalén. La decoración de la Charola con estucados e imaginería corresponden al siglo XVI y posterior, pero la arquitectura románica totalmente en piedra, me recuerda a la iglesia templaria de Santa María de Eunate, a pocos kilómetros de Puente de la Reina en España. Ambas tienen estructura octogonal con muchas líneas telúricas.
A las cinco de la tarde suelen cerrar los lugares de visita, debe tenerse en cuenta la hora cuando se decide ir a lugares de pago.
Torres Novas
El día anterior de la visita al convento del Cristo de Tomar, había salido de Lisboa por la mañana. Un pequeño incidente me obligó a hacer noche en Torres Novas. Una piedrecilla, casi seguro, fue la causante de la rotura de un vidrio de una ventanilla lateral del coche. Afortunadamente no llovía, ni era fin de semana. La compañía de seguros me indicó que el lugar más cercano de donde me encontraba para reparar el vidrio era Torres Novas, a pocos kilómetros. Lo avanzado de la mañana no permitió el pedido del vidrio para el mismo día y por tanto su instalación no pudo realizarse hasta el día siguiente. Conocía Torres Novas de otras ocasiones, llamándome la atención su noria en el río. Me había quedado con esta impresión porque había sido la primera vez que vi una noria. Torres Novas es un pequeño y simpático pueblo con un castillo-fortaleza musulmán primero, cristiano después y seguidamente prisión. Hoy en día se puede visitar y caminar por sus murallas.
En la plaza del pueblo con vista al castillo, que en línea recta no distaba a más de doscientos metros, cogí una buena habitación en un hotel, que por ser temporada baja, el precio resultó muy asequible. Ese día las temperaturas descendieron ocho grados de golpe con respecto al día anterior, la tarde era fría con algo de viento que la aumentó todavía más. Visita al castillo, visita al pueblo y a cenar. En la plaza mismo había un kebap. No habíamos comido nunca este tipo de comida, el lugar nos pareció informalmente joven, o como suele decirse cachondo. Dos sangrías y dos cucuruchos con muchas cosas dentro, hasta rebosar, y algo de salsa encima. Fue una cena formidable, que nos gustó y disfrutamos, tanto por el hambre, como por la novedad y por la calidad del contenido. Lo que más me sorprendió fue lo económico a la hora de abonarlo. Tantos placeres sentidos por tan poco dinero, cuando muchas otras veces suele ocurrirme lo contrario, tanto dinero por tan pocos placeres.
La vista nocturna desde la habitación, con el castillo iluminado, era hermosa y romántica. Como la hora era temprana, la bañera amplia y con burbujas, un buen baño remató el día preparándonos para la noche y reponiendo fuerzas para la siguiente jornada.
El desayuno estaba incluido en el precio de la habitación. Había gente en las mesas del comedor cuando llegamos, quise comer como veía, por aquello de allí donde fuéreis hacer lo que viéreis. Un plato con huevos revueltos y lonchas de panceta frita, que en inglés es bacon, después queso con fiambre, rodajas de pan con semillas y por último un bollo. Quedé ahíto. Mi asombro fue ver que los que ya estaban comiendo cuando yo empecé a comer, todavía lo seguían haciendo. No daba crédito a la que mis ojos veían; un desfilar continuo por el nutrido mostrador de comida. Todo el año, salvo excepciones, mi desayuno es zumo de pomelo y fruta. Desayuné a las nueve y me salté la comida del mediodía; un pastelillo a media tarde fue suficiente para no sentir hambre hasta la noche. Me hice el propósito de no hacer más el bruto internacional, que es como llaman a esos pantagruélicos desayunos.
Nazaré
De Tomar, al atardecer, nos dirigimos a Nazaré donde habíamos concertado la estancia por tres días. ¿Por qué Nazaret?, porque puede tomarse como centro para realizar excursiones, además de que es un agradable pueblo para pasear. Nazaret años atrás era un pueblo de bravos y valientes marineros.

Recuerdo con espanto la primera vez que allí estuve, al ver como empujaban sus barcos desde la playa, peleando contra olas enormes una y otra vez hasta que lograban hacerlos a la mar. En uno de estos intentos una ola casi volcó el barco y apunto estuvo de producir una desgracia. Ante mi aspecto asustado una anciana que estaba a mi lado, porque medio pueblo se congregaba para ver salir las embarcaciones que otros marineros ayudaban empujando desde tierra con el agua hasta la cintura, me dijo: «En Nazaret no hay casa que no lamente la pérdida de un familiar», y añadió sentenciosamente mientras sus ojos humedecidos desprendía una lagrima por su mejilla «la mar nos da de comer, pero también quiere sus ofrendas».
Nacido en pueblo costero, aunque de aguas tranquilas, entendí en lo más profundo de mi ser lo que aquella mujer quiso decirme. Mis ojos de frívolo turista espectador, se humanizaron de golpe, y vi hombres que se enfrentaban diariamente a estos peligros buscando el sustento para sus familias. Entendí la lucha con la naturaleza y me sentí ridículo y empequeñecido.
Nazaré fue en la antigüedad un refugio de barcos piratas; tal vez provenga de ellos esta indómita bravura. Hoy es un hermoso pueblo marinero y turístico que conserva a pesar de todo, el gran porte de su antiguo encanto.
Sitio, es una pequeña población muy bonita que está en lo alto de Nazaré. Se puede ir caminado toda la ascensión o en vehículo. A mi me gusta ir en el atractivo elevador que consiste en dos cabinas, mientras una desciende por dos carriles, otra se eleva por su contrapeso. La visita a este lugar de día con pequeñas tiendas de regalos y recuerdos, es recomendable, como igualmente es de recomendable su visita nocturna. Desde ella se ve todo Nazaré iluminado y el bramido del mar al fondo.
Comer en Nazaré no tiene problema, cualquier lugar es bueno y los precios similares. Aconsejo siempre que se come fuera de casa, escoger restaurantes donde la comida tenga salida, lo que quiere decir que las viandas tienen más garantía de ser frescas. A mi en Nazaré me gusta comer la caldeirada de peixe.
Desde aquí realicé una excursión a Óbidos, que es un bonito pueblo turístico amurallado donde se puede caminar por las murallas.
También desde Nazaré, se puede ir a Tomar, o Alcobaça y visitar su iglesia y monasterio gótico. En la iglesia, en los brazos del crucero, se encuentran los sarcófagos del Rey Pedro e Inés de Castro, con decoraciones medievales, con algún desperfecto debido a la soldadesca, unas veces nacionales y otras internacionales.
A continuación contaré esta bella historia de amor.
Inés de Castro pertenecía a la nobleza gallega de los Castro. Era dama acompañante de una prima suya, Constanza, que iba a convertirse en mujer del príncipe Pedro de Portugal, con quien se casaría a instancias y presiones de su padre el Rey Alfonso IV.
Desde el primer momento el joven Pedro se sintió atraído por la no menos joven y atractiva Inés. Se convirtieron en amantes y a la vista de las presiones reales se casó en secreto con Inés, aunque oficialmente lo hiciese posteriormente con Constanza. Durante nueve años que duró su matrimonio con Constanza, tuvieron una hija y con Inés, cuatro. El rey Alfonso IV ordenó a caballeros nobles que dieran muerte a Inés de Castro en Coímbra, en el convento de Santa Clara, hoy A Quinta das Lágrimas, en cuyo palacete desde hace unos años hay un bonito hotel.
De su sangre derramada, dice la leyenda que surgió una fuente. En el lugar donde está situada están escritos unos versos de Luís de Camões, el creador del poema épico portugués, Os Lusíadas. Pocos saben y conocen que este Camões, poeta, era nieto del que también fuera poeta y gobernador de la fortaleza Monte do Boy en la turística Baiona gallega que después perteneció a Sotomayor el famoso Pedro Madruga y hoy convertido en parador nacional. No me quiero liar más, porque comentar historias y anécdotas y hechos de Pedro Madruga Sotomayor y Conde de Caminha, aunque curiosas y divertidas salen fuera de este cometido.
Si Inés de Castro había sido asesinada en 1355 a los treinta y cinco años, dos años más tarde el príncipe ya viudo de su mujer oficial Constanza, fue legitimado Rey en 1357 y su primera orden, cuenta la leyenda, que fue desenterrar el cadáver de su amada, ponerlo en el trono real y coronarla reina después de muerta.
Esto ha dado motivos y tema de inspiración a poetas y dramaturgos. El autor portugués Ferreira escribió “La tragedia de Doña Inés de Castro” que fue la primera obra dramática en la literatura portuguesa. Camões lo hace igualmente, autores franceses, y Alejandro Casona en la hermosa obra de teatro “Corona de amor y muerte”. A pesar de los años que tengo estas historias siguen gustándome y me sirven de aliciente para no desistir y seguir confiando en el corazón humano.
También puede visitarse la iglesia y monasterio de Batalha, que se construyó conmemorando la victoria en Aljubarrota de las tropas portuguesas sobre las tropas castellanas.
A decir del cronista de la época, la batalla duró media hora escasa, derrota debida a la impetuosidad atolondrada y mala cabeza de los jóvenes caballeros castellanos, a lo que hay que añadir que las tropas del rey Juan de Castilla se encontraban exhaustas por haber venido a marchas forzadas. Sea como fuese el resultado, además de las collejas recibidas, los soldados (por hablar suave), se conmemoró la batalla con una magnifica construcción gótica, digna de ver y admirar de día y de noche desde las terrazas de los cafés que hay en la plaza. Acompañados de un pastelillo, el espectáculo es de lo más edificante.
Coímbra
El día de salida de Nazaret me organicé para comer en Coímbra. Suelo comer cuando visito esta bonita y antigua universitaria ciudad, un plato típico regional. Es la chafana al modo de Coímbra, o Chafana Senhor da Serra. La chafana es cabra por lo que es un plato fuerte si se come demasiado. A mi me encanta y como demasiado, pero no puedo evitar excederme. Creo que lo maceran con vino tinto especiado o algo parecido. Lo preparan comúnmente en muchos lugares, pero en la plaza principal cualquiera de los mesones restaurantes lo tienen anunciado. Además de ser una comida excelente, es económica. Después de comer, consumición en el antiguo café Santa Cruz, antiguo refectorio que formaba parte del convento. Visita a la biblioteca universitaria y universidad, y paseo relajado por las cuestas de Coímbra.

Aunque esta vez no lo hice, recomiendo la visita, poniéndole un poco de imaginación, a la fuente de A Quinta das Lágrimas, lugar donde dieron muerte a Inés de Castro. Muy cerquita se encuentra la Ciudad dos Pequeninhos, lugar para visitar con niños y sin ellos también. Ambos lugares se encuentran al otro lado del río pasando el puente, es decir a un corto y pequeño paseo. También se puede visitar Conímbriga, pero ya hay que desplazarse en automóvil. Conímbriga son los restos arqueológicos con un pequeño museo de una villa romana. Si alguien tiene la tentación de, trasladándose a la época, hacerse el noble romano que la ocupaba, no se engañe, de vivir en esa época lo más posible era que fuese un esclavo, en la misma medida, que hoy en día millonarios y terratenientes hay muy pocos si se comparan con el resto de la población.
Dejando Coímbra después de pasar en ella gran parte de la tarde, decidí irme a mi casa y dormir en cama que ya comenzaba mi cuerpo a echarla en falta.
Eso hice, así fue y así descansé y dormí esa noche, como suele decirse, como Dios manda, eso sí, después de haber cumplido, previa ducha, como Dios manda.
Gracias por tan bello relato-guía Alejandro, dan ganas de embarcarse en la aventura y a la conquista de nuestro hermoso vecino Portugal.
Hola Alejandro, Huesca, hace un siglo … di algo
Hola Lurdes, no recuerdo quien eres, por tanto no se que decirte, pero si quieres saber algo pregunta.
Salud.